José Luis Gómez y Emilio Romero. La riqueza cerealista de la Provincia de Huelva, propició durante siglos la instalación de un gran número de molinos harineros en los márgenes del río Tinto
así como en los afluentes que lo alimentaban. Estas máquinas, que
forman parte de nuestra historia, podemos encontrarlas actualmente, en
muy mal estado de conservación aún siendo el patrimonio
histórico-industrial, hoy en día considerado y digno de ser recuperado y
mantenido.
El estudio de los molinos de agua se caracteriza por el esfuerzo en determinar históricamente sus inicios.
Por ello, de manera reiterada se utilizan datos que son escasos y
terminan siendo frecuentes. En ellos se da noticia del ingenio y de su
antigüedad, pero no de su estandarización. Algunos autores (García
Tapias, 1987) suponen que en un principio se ajustaban a la simplicidad
de los denominados molinos griegos o nórdicos y que más tarde irían
desarrollándose en formas y técnicas hasta llegar a los inicios de la
cultura hidráulica medieval.
Hacia el año 27 a. C. tenemos la descripción que Vitrubio hace de los molinos,
describiendo someramente dichos ingenios, compuestos de una rueda de
corriente baja que transmite el movimiento a las muelas a través del
engranaje de otras dos ruedas dentadas. A este modelo que describe
Vitrubio corresponde el molino descubierto en el Agora de Atenas (Figura
1), arqueológicamente datado en el siglo V, con la única diferencia en
el modo de recibir el agua y que con matices, sería a la postre el
utilizado en época feudal.
En el siglo XVI, Juanelo da noticias de un molino de rueda vertical, que aunque es el más común, no da las mejores prestaciones.
Por ello llega a establecer que el molino de rodezno y cubo es el de
mejores fórmulas (González Tascón, 1986). En el siglo XVIII, Villarreal
(Munibe, 1990) pone aún de manifiesto la existencia de molinos de rueda
vertical, pero al igual que Juanelo, aduce que las máquinas más
atrasadas estaban en manos de la plebe y las más eficaces en las de los
más pudientes. El empleo de máquinas hidráulicas como fuerza motriz
también se empleó en la zona que nos ocupa para accionar las fundiciones
desde 1741 hasta la introducción de la maquinaria de vapor en 1873.
El molino feudal (figura 2) tenía una mecánica y técnica
inferior al de rodezno, pero su capacidad de producción era mayor, causa
ésta última de su aceptación dentro de economías de superproducción.
El feudalismo podía sostener un equipo de mantenimiento poco accesible a
la economía familiar de los campesinos. El complejo mecanismo de
transmisión de este enorme molino, origen de frecuentes descalabros en
la maquinaria, no era óbice para aquellos potentados que podían mantener
un organigrama humano dedicado a su mantenimiento: oficial molinero,
aprendiz, maquinero, encargado de ruedas, ejes y engranajes, encargado
del agua, encargado del picado de muelas… A esto se le sumaba la
construcción, con excelentes materiales, de grandes presas y edificios.
El molino popular es descrito por Juanelo como más común, con una mecánica idéntica a la del modelo feudal,
pero con una carpintería y obra muy precaria, lo que provocaba muchas
averías y escaso rendimiento. Por el contrario, y a su favor, el
aprovechamiento de energía era mínimo.
El reto técnico del molino popular lo asume el molino de rodezno y cubo (figura 2),
con una transmisión directa que eliminaba los complicados elementos de
transmisión de la rueda vertical, por lo que se reducían los espacios,
se evitaba la construcción de presas y edificios de gran fábrica, se
reducía al mínimo el mantenimiento y se establecía un mayor ahorro de
energía. Todo esto hacía posible la adaptación de molinos a cursos de
escasa corriente, proyectados a niveles muy simples, lo que unido a
razones más de subsistencia que a superproducción, motivó la lenta
expansión del molino de rodezno en la agricultura.
¿CÓMO TRABAJABAN ESTOS MOLINOS? La descripción
técnica del molino de rodezno la encontramos de muy diversos estilos.
Unos autores la hacen empezando por el mecanismo del ingenio, otros por
el edificio donde se aloja, otros por el funcionamiento y trabajo del
molinero, etc. Pensamos que lo más práctico para empezar a conocer los
molinos del río Tinto es describir lo que vemos desde fuera, es decir,
localizar el molino propiamente dicho así como su presa o azud. A partir
de ahí, entrar en el molino y ver los elementos del piso superior o cuarto de molienda,
seguidamente bajar al “infierno” o cárcava, que es la zona donde se
encuentra el rodezno. Una vez que nos hacemos una idea general de todo
lo visto, podemos recrear el funcionamiento del mecanismo y relacionarlo
con el trabajo del molinero.
A partir de ahí se podría profundizar más describiendo los métodos de
construcción del conjunto, transporte de piedras, mantenimiento de los
elementos, “modus vivendum” del molinero, etc. Empezaremos por tanto con lo que veremos en el exterior de los molinos del río Tinto.
a) Exterior del molino.
En el exterior (figura 3) encontramos la conducción de agua hasta el molino (presa o azud)
y el edificio del molino, que suele estar en la orilla, fuera del
alcance de crecidas e inundaciones. La mayoría de molinos del río Tinto
se inundan en períodos invernales y algunos de ellos fueron totalmente
inutilizados (destruidos) por no haberles dado la ubicación adecuada.
Los molinos presentan variadas construcciones,
pueden ser rectangulares con tejados a una o dos aguas, rectangulares
con tejados de bóveda de medio cañón, redondos con tejado en falsa
cúpula, incluso podemos encontrarnos cuatro muros sin techumbre o solo
la techumbre. Éstas están simplemente enlucidas con argamasa y otras
cubiertas con ladrillos en espiga sobre mampostería.
Los elementos de fábrica del molino suelen ser lajas, cantos rodados, ladrillos macizos, traviesas de madera y tejas
de espiga. Los ladrillos y traviesas de madera parecen ser de
reparaciones relativamente recientes (a partir de 1873 fecha en que se
inicia la construcción del ferrocarril de Riotinto-Huelva por la RTCL).
b) Interior del molino.
En la sala del molino (figura 4), en el piso superior (que presenta
varios huecos de aireación), encontraríamos el sistema de alimentación
constituido por la tolva o recipiente para el grano.
Podría estar colgada de una traviesa de madera que iría de pared a pared
o sujeta a una traviesa colocada desde el techo del molino hasta el
suelo. Solían tener forma de tronco piramidal cuadrado e invertido y
una capacidad de entre 50 y 200 kg. según el molino. Estarían fabricadas
en tejido basto las más antiguas, siendo las más modernas de madera. La
tolva presentaba una pequeña abertura en su parte inferior por la que
caía el grano al ojo (orificio de entrada a la piedra
molar superior (volandera). A la tolva se le colocaba un cordel por la
parte de arriba, con un nudo y una esquila (campanita)
en la parte de fuera para que cuando el trigo bajara produjera un
campanilleo que sirviera de aviso al molinero de que había poco trigo y
era momento de hacerse otra molienda.
Bajo la tolva veríamos las dos piedras circulares de moler, una sobre otra, la superior llamada volandera y la inferior solera. Ambas estaban colocadas sobre el alfanje,
especie de “mesa de trabajo” construida en mampostería o con piedras
de moler ya desechadas, que ayudaba al molinero a trabajar con una
postura más erguida. La piedra volandera, en su cara inferior dispone de
una mueca donde va alojada la lavija, parte de la espada que le proporciona el giro.
Alrededor de las dos piedras veríamos el guardapolvo,
artilugio construido en esparto o madera y que servía para que el grano
triturado por las piedras en su giro, transformado en harina, fuera
recogido y no saliese despedido de entre sus dos ruedas. Del
guardapolvo, la harina era conducida por la piquera al harinal,
recipiente construido en piedra o madera, donde ésta se recogía antes
de ser tratada. En algunos molinos, el harinal estaba conectado con la
paradera del saetillo. Con ello se conseguía que al estar lleno, la
molienda se detuviese sin necesitar de la vigilancia del molinero.
Dentro del molino encontraríamos también la cabria, “grúa” de madera utilizada para levantar la piedra volandera y voltearla. La cabria disponía de una tenaza metálica
que se engarzaba en unos agujeros laterales que tenía la piedra. Al ser
volteada, la piedra presentaba su cara inferior facilitando el trabajo
de picado o rayado, tarea que el molinero solía hacer dos veces al año.
Con picos, buriles y azuelas de hierros templados, el molinero afinaba
la superficie de las piedras, perfilando sus superficies, estrías y
rayones. También utilizaba una regla cuyo borde se manchaba con la
misma agua del río Tinto (colorante natural por su tono rojizo) que
detectaba las irregularidades de la superficie.
Por último, además de los utensilios propios del molinero y de algún
mobiliario muy austero, en el cuarto de molienda encontraríamos la palanca de alivio,
“mando” que servía para ajustar o calibrar la distancia entre las
piedras del molino. Las muelas no podían rozar entre ellas, eso haría
imposible el giro (podían pesar hasta 600 kg.) y se mezclarían restos de
roca con la harina. El tipo de grano, la humedad y la velocidad de la
piedra volandera hacían necesario un trabajo de calibrado milimétrico,
para lo cual el molinero utilizaba el aliviador, un
artilugio que se manejaba desde el interior del molino y que con una
vara unida al puente, era capaz de mover todo el sistema rotor del
rodezno.
c) Bajar al “infierno”.
El infierno o cárcava es la parte inferior,
construida bajo le sala de molienda (figura 5). Es una cavidad en la que
se aloja el sistema motriz y que presenta hacia el exterior una
abertura en forma de arco por la que sale despedida el agua. En función
del número de piedras que tenga el molino, dispondrá de más o menos
cárcavas, lo que exteriormente dará a la construcción una peculiar
estética. En el río Tinto podemos encontrar molinos con una cárcava y
hasta con cuatro cárcavas.
Asomados a la cárcava veremos en primer lugar el rodezno, pieza
fundamental del molino y que le da su nombre. Se trata de una rueda
hidráulica con paletas curvas o planas y eje vertical. Es una rueda
doble de madera o hierro donde van encastradas las paletas o álabes.
Los molinos del río Tinto tenían rodeznos con aspas de madera de pino
muy bien engarzadas unas con otras y cogidas con clavos de jara, no
siendo aconsejable el uso del hierro debido al pH de sus aguas. Dicha
rueda va unida a la maza en la que encaja el árbol y a su vez el badil o espada, sujeto mediante cinchos metálico o sortijas. La maza, el árbol y la espada forman el eje del rodezno, que se encarga de transmitir el movimiento a la piedra volandera.
Dispone también de una viga de madera o puente, sobre la que gira el rodezno (el giro lo hacen dos piezas metálicas, la punta (que forma parte del rodezno) y la apoyadera (que
está en el puente) y que tiene dos funciones: impide que el rodezno se
empotre en el suelo y permite aliviar/calibrar las piedras molares. El
puente se sujeta por un lado a la pared de la cárcava mediante la cama, pieza
de madera que le permite cierta movilidad y por el otro, a la vara de
alivio, que conectada con la palanca de alivio, facilitan el movimiento
vertical de todo el sistema rotor del rodezno.
El último elemento que vemos en “el infierno” es el saetillo, pieza que podía ser construida en piedra, madera o hierro. Conectada con el cao
(boca de entrada de agua al molino) proyectaba un chorro de agua con la
presión suficiente para que al golpear en los álabes, mover el rodezno,
el cual hacía girar el árbol y a su vez transmitía este giro a la
piedra volandera.
El saetillo disponía de una compuerta o paradera,
que se manipulada desde la sala de molienda, abriendo o cerrando el paso
del agua, para mover o parar el molino. La compuerta podía estar
conectada al harinal o ser manejada manualmente.
(Continuará)
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