viernes, 25 de noviembre de 2011

Breve Historia de un Gran Hombre (I)

Álvaro Alonso Barba

Salió de la Villa de Lepe el curita D. Álvaro Alonso Barba rumbo al Perú. Le atraían ensueños peruleros. Tenía entonces diecinueve años. Era curita de carrera breve y pensó en dar más aire a sus estudios en la virreinal ciudad de Lima. Quería ser allí cura de carrera larga. Iba por los caminos de Ayamonte, entre horizontes de viñas, almendros, higueras y olivos. Debajo de la sotana le temblaba un corazón limpio y ardoroso. De allí mismo, de aquella Villa de Lepe, de aquellas tierras de Huelva, salió la flota que mandaba el general Solís; en ella iban los marinos, los eclesiásticos y los administradores que descubrieron el Río de la Plata, los que hicieron sobre las aguas nuevas la señal de la Cruz y ensancharon el nombre de España en la Pampa inédita. Reinaba por entonces la gran Majestad de Fernando el Católico. De allí partió, asimismo, D. Diego de Lepe, el que tenía los ojos misteriosos para hallar tierras que ningún cristiano había entrevisto. A todos les acompañó la sonrisa ele la Virgen Bella, la Virgen de Lepe, Madre de santas leyendas y de milagros del Cielo. Cuando D. Álvaro Alonso Barba decidió irse al Perú, pasó entera una tarde en oración ante la Virgen Bella y le pidió protección en aquella larga aventura que iba a vivir en medio de las mil maravillas que había al otro lado del mar. Contaban los viajeros y no acababan; parecía que hasta el seso se les iba en relatos increíbles; venían cargados de asombros, de vuelta de Potosíes fabulosos y de mágicos Eldorados. En la Villa de Lepe era ya vieja la afición de la gente moza a trotamundos y a conquistar lejanías; se hablaba del Perú como de una tierra poblada de mitos, en donde el ánimo esforzado y la mente aguda podían encontrar inagotables ocasiones de ejercitarse victoriosamente. Don Álvaro Alonso Barba no era hombre dado a las codicias materiales; desde niño se le conocía generoso y desprendido; y si en plena mocedad sentía aguzársele el brío y encendérsele el alma, bien sabía Dios que le impulsaban luchas y curiosidades del espíritu, más que atracciones de orden inmediato y subalterno. Cuando llegó a Lima tenía veinte años. No bien quedó sometido a obediencia de las jerarquías eclesiásticas que rodeaban al Virrey, se hizo notar por el vigor y originalidad de su pensamiento, la austeridad de su vida, el poco aprecio que hacía de los provechos personales y la especial disposición que mostraba en el estudio de muchas disciplinas nuevas, así como en el examen de tantas y tan insignes rarezas como la mano de Dios había puesto en las tierras americanas. Es probable que esa particular inclinación de D. Álvaro Alonso Barba hacia el conocimiento de aquello que los demás no acertaban a descifrar moviera a sus superiores jerárquicos y a la administración del Virreinato a encomendarle ciertos trabajos en los que, andando el tiempo, había de brillar con verdadera excelsitud.

Continuará

No hay comentarios:

Publicar un comentario