ZALAMEA la Real es una de esas entidades poblaciones asentadas sobre un cruce de caminos por donde han pasado todas las culturas que han visitado la provincia de Huelva. Su posición en la carretera nacional, la cual corta la provincia de Sur a Norte, es una de sus grandes fortalezas, pero esta circunstancia también provoca debilidades, como el hecho de ser sólo lugar de paso, sin que la mayoría de viajeros se atrevan a descubrir el rico patrimonio que se encuentra tras su línea de cielo. Su topografía y forma de ser de sus gentes son genuinamente serranas, sin embargo, por motivos relacionados con su vocación minera, ha sido colocada erróneamente en el Andévalo. Nadie puede olvidar que la economía zalameña, hasta mediados del siglo XIX, siempre dependió, como en las Sierras de Aroche y Aracena, de sus dehesas de encinas y alcornoques y de la vocación forestal de sus terrenos más accidentados. Hace unos cuatro mil años se establecieron en su término municipal unas comunidades que dejaron un sello indeleble: sus enterramientos colectivos o dólmenes. Ubicados fundamentalmente en las áreas del Villar-Buitrón y Pozuelo, son muy abundantes, posibilitando que la administración pública haya instalado en Zalamea el Centro de la Cultura Dolménica. Las buenas condiciones de su subsuelo para la minería del cobre y manganeso hicieron siempre, desde la época romana, que se denunciaran y explotaran numerosas minas, pero será a mediados del siglo XIX cuando se reactive el sector, produciéndose un incremento poblacional, que dará lugar a nuevos núcleos de población. Y aunque la implantación de estas economías de escala proporcionó mucho trabajo, sin embargo, para Zalamea el sufrimiento fue también importante, al ver una parte de su término municipal expoliado, sus bosques talados, sus campos devastados por las calcinaciones de mineral, sus gentes alienadas y algunas de sus aldeas convertidas en municipios independientes, como fueron los casos de Nerva o Riotinto. Las compañías mineras le dieron salida al mineral a través de ferrocarriles como el que discurría entre la mina del Buitrón y San Juan del Puerto (1870) o el ramal que se construyó en 1904 para unir las minas con Zalamea. Estas iniciativas han dejado dos estaciones de ferrocarril y un barrio que deben ser acicate para el desarrollo turístico del municipio. Al hilo de la fiebre minera fueron creciendo industrias como la del aguardiente, que si bien era anterior, ahora se desarrolla proporcionando a los miles de mineros el agua de hombres, o man water, que al final el rico lenguaje zalameño convirtió en manguara. Hoy algunas de estas industrias se han desplazado al polígono industrial, pero que quedan sus antiguas edificaciones en las salidas de la población, y confiamos en su restauración o rehabilitación para que las generaciones venideras puedan ver cómo se hacía el aguardiente artesanal. También destaca dentro del patrimonio cultural la arquitectura religiosa representada por la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, comenzada a construir durante el siglo XVI, y las ermitas de San Vicente, San Blas, San Sebastián (La Pastora) y el Santo Sepulcro, levantadas entre los siglos XV y XVIII. Son muy significativos los elementos de la arquitectura civil, como su plaza de toros, que fue una iniciativa popular de finales del siglo XIX, aunque con anterioridad ya se corrían los toros en El Coso. Un paseo por el núcleo urbano hará que veamos en todo su esplendor la arquitectura popular o vernácula, con sus volúmenes cúbicos, sus tejas árabes, sus zócalos y la característica forja de puertas, balcones y ventanas. La variedad y amplitud del término municipal, lo que hace que lo salpiquen siete maravillosas aldeas de casas blancas insertadas en el accidentado paisaje: Las Delgadas, Montesorromero, Marigenta, El Pozuelo, El Villar, El Buitrón y Membrillo Alto. Es muy agradable disfrutar su tranquilidad y recorrer alguno de los senderos o caminos, en donde podemos contemplar la fauna y flora en todo su esplendor. Zalamea la Real también destaca por sus tradiciones, fuertemente arraigadas, entre las que mencionaremos la romería de la Pastora, en mayo; las jornadas medievales, de julio y los grupos de hombres cantando coplas a la Virgen María en su advocación del Rosario, durante el mes de octubre. Finalmente, para terminar, debemos exponer dos componentes, verdaderos avales patrimoniales, como son la hospitalidad y amabilidad de sus gentes y la rica gastronomía. Ésta última es un compendio de los saberes del Andévalo y la Sierra, que funden recursos como el cerdo, el borrego o las setas con las verduras para dar recetas mágicas, transmitidas de generación en generación, como la caldereta de cordero o las migas. También son muy apreciados los dulces como las rosas o buñuelos, así como los anisados y licores de las diferentes fábricas.
H.I. 24/11/2011
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