Estaban los colonizadores ante la inmensa Cordillera de los Andes, laberinto de misterios, y allí escudriñaban los pliegues y repliegues de las montañas, henchidos de tesoros. «El ánimo codicioso de muchos aventureros- ha escrito un investigador español debió crecer hasta la vehemencia de un apetito incontrastable» al contemplar cerros como el del Potosí, del cual ha cantado el autor de La Araucana:
« ... el riquísimo y crecido
cerro del Potosí, que de cendrada
plata de ley y de valor subido
tiene la tierra envuelta y amasada.>>
Por tierras amasadas de plata iba a andar, con paciencia y devoción de sabio, y no con ambición de mercader, el cura de la Villa de Lepe. El metal argentífero se daba en el Perú con tal abundancia que dejaba estupefactos a los buscadores de minas. ¡Pero eran tan largas las distancias! ¡Y tan escasos los caminos! Por senderos inverosímiles había de llevar hasta Lima pequeñas cargas que tardaban en llegar a la capital mucho más de lo que exigían las continuas y apremiantes demandas del Virreinato y de las Empresas de colonización nacidas en torno al Virrey. De otra parte, los métodos empleados para beneficiar los minerales de oro y plata eran tan defectuosos y elementales, que una parte del tesoro, «desfigurado y esparcido en las moléculas del mineral», quedaba escondido.
Resultaba, por tanto, que entre la exigüidad de los medios de transporte y la precariedad del sistema seguido en la tarea del beneficio de los metales, se perdía prácticamente una gran parte de las riquezas peruleras. Era necesario, por consiguiente, acometer y resolver el doble problema: acrecentar el número y la velocidad de las comunicaciones y hallar una mejor manera de extraer de los maravillosos pedruscos mayores proporciones del tesoro guardado en su seno.
El Virrey encomendó la primera tarea a los que mayor entendimiento mostraban en el ingenio y sabiduría de los caminos. De la segunda fue encargado el cura de Lepe, D. Álvaro Alonso Barba: A partir de aquella hora, su vida consumía las horas en decir misa, rezar laudes, maitines, vísperas y completas, y perfeccionar largamente, pacientemente, el arte de los metales. Sin auxilio apenas de ninguna investigación anterior, sin más elementos que los de su prodigiosa capacidad observadora, recorría los montes y los valles, dialogaba con los indios para saber de ellos esas noticias que no suelen estar en los libros y que la divinidad parece revelar a los pueblos primitivos a lo largo de los siglos. Alonso Barba se reveló inmediatamente como un poderoso hombre de ciencia, en la más pura acepción ele la palabra. «El espíritu de invención -escribe Carracido- le sugirió un nuevo modo de beneficiar la plata en frío por medio del azogue... » <
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