El año 1640, la madrileña imprenta del Reino daba a conocer una obra singularísima, resumen de todos los esfuerzos y de todos los hallazgos de aquel sabio. El título del sorprendente libro rezaba así: «ARTE DE LOS METALES.-En que se enseña el verdadero beneficio de los del oro y plata por azogue.- El modo de fundirlos todos, y cómo se han de refinar y apartar unos de otros. Compuesto por el Licenciado Álvaro Alonso Barba, natural de la Villa de Lepe, en la Andalucía, Cura en la Imperial de Potosí, de la Parroquia de San Bernardo. En esta obra iba inserta una vida entera.
El cura D. Álvaro, que quizá pudo ser racionero de gran provecho o deán de mucho ruando en Lima, prefirió unos curatos simplicísimos entre vericuetos plateros: primero en la ermita campesina de Tarabuco, que tenía jerarquía de parroquia y reclutaba fieles por el ancho territorio de los Charcas; después en la iglesita de Tiahuanaco; más tarde, hacia 1617, en Yotala, y por fin en San Bernardo de Potosí. Más contento que unas pascuas estaba nuestro sabio en la parroquia de Yotala, porque en aquella provincia de Los Lipes, y en «el famoso asiento de San Cristóbal había trabajado Alonso Barba durante varios años, y de las minas de Los Lipes procedían algunas de sus más finas experiencias científicas».
Pero aconteció que el Presidente de la Audiencia de La Plata, D. Juan· de Lizarazu, <>; en vista de ello, <>. Largo trato mantuvieron Lizarazu y Barba, del cual se engendró la altísima estimación con que el Presidente de la Audiencia de La Plata distinguía al genial metalurgo. Al entusiasmo de Lizarazu debemos el magnífico libro sobre el Arte de los metales, porque fue él quien «procuró con repetidas instancias, recargándole con el servicio del Rey y con el bien común de todos sus vasallos, reducirle a que sacase a luz un libro» sobre el beneficio de los metales; y lo hizo «Con tan particulares observaciones en lo que comúnmente se ejecuta; y con tan extraños y nuevos modos sobre los que hasta ahora se han seguido por los más famosos beneficiadores de esta Ribera del Potosí, que sin ningún encarecimiento me persuado que ha de ser el primero que en esta materia se ha escrito en particularísimo bien de estas provincias y servicio de Su Majestad».
Con estas palabras presenta Lizarazu al Supremo y Real Consejo de las Indias el libro del curita de la Villa de Lepe. El bien de las provincias de la Real Audiencia de La Plata obtuvieron de las observaciones e investigaciones de Alonso Barba no se podría hoy calcular con exactitud. El propio autor del Arte de los Metales, al poner su obra en manos del «señor Don Juan de Lizarazu, escribe estas palabras: «Los desperdicios de innumerables riquezas que la ignorancia ha causado, igualan, sin duda, y aun exceden a los tesoros que de estas Indias se han llevado y repartido por todas las regiones del mundo, cosa fácil de creer a quien tiene mediana noticia de estas materias.»
El cura D. Álvaro, que quizá pudo ser racionero de gran provecho o deán de mucho ruando en Lima, prefirió unos curatos simplicísimos entre vericuetos plateros: primero en la ermita campesina de Tarabuco, que tenía jerarquía de parroquia y reclutaba fieles por el ancho territorio de los Charcas; después en la iglesita de Tiahuanaco; más tarde, hacia 1617, en Yotala, y por fin en San Bernardo de Potosí. Más contento que unas pascuas estaba nuestro sabio en la parroquia de Yotala, porque en aquella provincia de Los Lipes, y en «el famoso asiento de San Cristóbal había trabajado Alonso Barba durante varios años, y de las minas de Los Lipes procedían algunas de sus más finas experiencias científicas».
Pero aconteció que el Presidente de la Audiencia de La Plata, D. Juan· de Lizarazu, <
Con estas palabras presenta Lizarazu al Supremo y Real Consejo de las Indias el libro del curita de la Villa de Lepe. El bien de las provincias de la Real Audiencia de La Plata obtuvieron de las observaciones e investigaciones de Alonso Barba no se podría hoy calcular con exactitud. El propio autor del Arte de los Metales, al poner su obra en manos del «señor Don Juan de Lizarazu, escribe estas palabras: «Los desperdicios de innumerables riquezas que la ignorancia ha causado, igualan, sin duda, y aun exceden a los tesoros que de estas Indias se han llevado y repartido por todas las regiones del mundo, cosa fácil de creer a quien tiene mediana noticia de estas materias.»
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