Álvaro Alonso Barba
El número de ediciones que en todos los idiomas civilizados se han hecho de las gloriosas y sutiles páginas del párroco de Potosí son testimonio de la curiosidad, primero; de la utilidad, después, y de la admiración, finalmente, que se han ido concentrando al través de tres siglos en torno a los descubrimientos que para gloria de España y provecho de la ciencia llevó a efecto D. Álvaro Alonso Barba.
Esas ediciones son: ocho españolas (la primera en 1640 y la última en 1852); cuatro hispanoamericanas (la primera, de 1817, en Lima), la última de 1925 (costeada por la munificencia del español D. Adolfo Prieto, Presidente de la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, Sociedad Anónima); cuatro en Inglaterra (la primera en 1670 y la última de 1840) ; cinco en Alemania (la primera de 1676 y la última de 1767); cinco en Francia (la primera de 1729 y la última de 1752) ; tres holandesas (la primera de 1732 y la última de 1740); una de 1675, italiana, y otra norteamericana, de 1923.
La titulación de los capítulos enuncia con sobrada elocuencia cuán vasta y profunda fue la potencia investigadora del egregio español. Los colores y sabores de la tierra, los jugos, el alumbre, la caparrosa, la sal, el almojatre o amoniaco, la Napta ("que es un licor bituminoso blanco, y algunas veces se halla negro, es el que llaman Oleo Pettreolo, que atrae el fuego a sí, como la Piedra Imán al Hierro, con tanta fuerza que aun estando lejos de él se enciende"), el azufre y el antimonio, la margarita, el oropimente y la sandaraca, las piedras preciosas, la generación de los metales y sus accidentes, el oro, la plata, el estaño, el azogue, el cobre y el plomo, y en fin, mil particularidades vistas y estudiadas con positiva rareza de ingenio, desembocan en la parte segunda del libro, que está dedicado a enseñar cómo deben beneficiarse la plata y el oro y que es como la cumbre soberbia hasta donde se eleva la señera personalidad científica de Álvaro Alonso Barba, creador, descubridor e innovador de tan poderoso talento que sobre sus huellas han marchado muchos metalurgos insignes en todo el mundo.
El año 1932, la Escuela Especial de Ingenieros de Minas de Madrid hizo, sobre las planchas que habían servido para la edición de Monterrey y que D. Adolfo Prieto regaló a la Escuela, una soberbia edición del Arte de los Metales, que es como un timbre de gloria para la Metalurgia de España. «Este libro se dice justamente en el prólogo, por su propio mérito y como representación suprema de cuanto sobre el mismo escribieron sus predecesores, será siempre para todos magistral y para España un capítulo de los más auténticos en la historia de su pensamiento ... »
Ya muy anciano, el cura de Lepe entregó (1637) sus papeles y sus revelaciones a los servidores del Virrey. Con infinita emoción aguardó que desde Madrid le anunciaran la aparición de la obra. Resumía en ella toda su existencia.
El número de ediciones que en todos los idiomas civilizados se han hecho de las gloriosas y sutiles páginas del párroco de Potosí son testimonio de la curiosidad, primero; de la utilidad, después, y de la admiración, finalmente, que se han ido concentrando al través de tres siglos en torno a los descubrimientos que para gloria de España y provecho de la ciencia llevó a efecto D. Álvaro Alonso Barba.
Esas ediciones son: ocho españolas (la primera en 1640 y la última en 1852); cuatro hispanoamericanas (la primera, de 1817, en Lima), la última de 1925 (costeada por la munificencia del español D. Adolfo Prieto, Presidente de la Compañía Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, Sociedad Anónima); cuatro en Inglaterra (la primera en 1670 y la última de 1840) ; cinco en Alemania (la primera de 1676 y la última de 1767); cinco en Francia (la primera de 1729 y la última de 1752) ; tres holandesas (la primera de 1732 y la última de 1740); una de 1675, italiana, y otra norteamericana, de 1923.
La titulación de los capítulos enuncia con sobrada elocuencia cuán vasta y profunda fue la potencia investigadora del egregio español. Los colores y sabores de la tierra, los jugos, el alumbre, la caparrosa, la sal, el almojatre o amoniaco, la Napta ("que es un licor bituminoso blanco, y algunas veces se halla negro, es el que llaman Oleo Pettreolo, que atrae el fuego a sí, como la Piedra Imán al Hierro, con tanta fuerza que aun estando lejos de él se enciende"), el azufre y el antimonio, la margarita, el oropimente y la sandaraca, las piedras preciosas, la generación de los metales y sus accidentes, el oro, la plata, el estaño, el azogue, el cobre y el plomo, y en fin, mil particularidades vistas y estudiadas con positiva rareza de ingenio, desembocan en la parte segunda del libro, que está dedicado a enseñar cómo deben beneficiarse la plata y el oro y que es como la cumbre soberbia hasta donde se eleva la señera personalidad científica de Álvaro Alonso Barba, creador, descubridor e innovador de tan poderoso talento que sobre sus huellas han marchado muchos metalurgos insignes en todo el mundo.
El año 1932, la Escuela Especial de Ingenieros de Minas de Madrid hizo, sobre las planchas que habían servido para la edición de Monterrey y que D. Adolfo Prieto regaló a la Escuela, una soberbia edición del Arte de los Metales, que es como un timbre de gloria para la Metalurgia de España. «Este libro se dice justamente en el prólogo, por su propio mérito y como representación suprema de cuanto sobre el mismo escribieron sus predecesores, será siempre para todos magistral y para España un capítulo de los más auténticos en la historia de su pensamiento ... »
Ya muy anciano, el cura de Lepe entregó (1637) sus papeles y sus revelaciones a los servidores del Virrey. Con infinita emoción aguardó que desde Madrid le anunciaran la aparición de la obra. Resumía en ella toda su existencia.
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